A lo largo del curso van pasando por el taller de escritura distintos escritores, profesores y profesionales del mundo de la literatura (puedes echar un ojo a nuestra Charloteca). Tomamos algo con ellos y comparten su conocimiento sobre el mundo editorial, la crítica, la creación…
Algunos nos dejan su opinión sobre nuestro taller de escritura creativa.
Los talleres de Clara Obligado son una fiesta. Una fiesta de rigor, experiencia y alegría de escribir. Conozco la brillante labor de su promotora desde hace años, y por cierto en sus múltiples facetas: como excelente narradora (mención especial para libros como “La hija de Marx”, “Salsa” o “Las otras vidas”), como profesora titular (una vez, hace algunos años, tuve la suerte de visitar su taller y pude comprobar la notable sagacidad y preparación de sus alumnos) e incluso como profesora invitada (durante el tiempo en que yo mismo impartí talleres de cuento, siempre quise contar con su colaboración porque, año tras año, los distintos alumnos quedaban encantados con sus intervenciones, consejos y experiencias). Por todo ello y más, no es que recomiende el trabajo de Clara Obligado: es que lo admiro y lo aplaudo.
En el taller de Clara lo pasé pipa siempre, sobre todo porque yo nunca pienso en las cosas que escribo, las escribo sin ton ni son, sin más, atendiendo como puedo a lo que me sale al paso, a los regalos de la intuición narrativa que me acompaña cuando escribo cuentos. Y Clara me dejó contarlo así, en plan confesión desvergonzada. De esa manera, cuando he ido a charlar con sus alumnos, por lo menos me obligo a mí mismo a extraer algunas teorías sobre mis procedimientos de escritura, y la verdad es que me he aclarado algunas cosas. No todas, pero sí las suficientes.
¿Deciros qué tal lo pasé con vosotros, alumnos del taller de Clara Obligado? No sé, no sé. Puede que lo intente en otro momento, cuando esté más inspirada. Por ahora, he de afirmar, sin florituras ni pretensiones, que, simplemente, me lo pasé genial. Así, como suena, como si esta fuese una confesión en un blog- adolescente –cualquiera, y no lo que supuestamente debería de ser: la sesuda reflexión de una autora invitada.
Me lo pasé genial, repito, porque encontré un entorno acogedor, unos lectores inteligentes y atentos, y unas preguntas ocurrentes y meditadas que me dieron la oportunidad de volver sobre mis relatos con otra mirada. Hasta descubrí un rasgo de mi escritura que me había pasado desapercibido; un rasgo que me hizo pensar en los misteriosos mecanismos de la creatividad, y que no voy a desvelar aquí. Así de provechoso fue nuestro breve encuentro.
Claro que también era mi cumpleaños. Que bebimos vino, que nos reímos, que disfrutamos. En fin, otro día, si me visita la inspiración, os contaré cómo fue realmente mi experiencia, pero ahora, en este momento –y me repito, a riesgo de parecer pesada, adolescente o qué se yo-, sólo puedo deciros que fue estupenda.
Y los lectores finalmente dan sentido al trabajo del editor. Más allá de un esmerado cuidado al autor y su obra y el lógico miramiento en temas como la distribución y promoción, el lector, para el editor cultural, se sitúa como el referente a ese mirar y ese cuidar. Las pautas de la edición con editor buscan crear un catálogo de fondo, una política de autor y un acercamiento continuo al lector desde la coherencia y la ilusión del día a día del editor. Todo ello invita a pensar que las citas entre lectores y editores son necesarias y sobre todo acercan al editor a su realidad final, la que debe mimar. Si además ese encuentro está tutelado por una amiga como Clara Obligado y por el nutrido grupo de alumnos de su taller, que permanecen atentos y que interrogan sin miedos, podremos afirmar que el saldo es ampliamente positivo, que unos y otro aprenden e intercambian fortaleciendo ese hilo invisible que se establece entre el lector y el editor. En definitva, un placer en el que recaer.
En general, vengo observando que mis libros provocan reacciones extremas: o se aman o se odian, no parece haber medias tintas. Ya me he acostumbrado a ello y lo acepto. Cuando Clara me invitó amablemente a participar con una charla en su taller, me advirtió que había división de opiniones, cómo no, a favor y en contra. Reconozco que a estas alturas me da bastante pereza tener que defender mis libros; prefiero que se defiendan solos, o que no se defiendan en absoluto, pero que a mí me dejen al margen; bastante hago ya con escribirlos, para encima tener luego que actuar de abogado defensor. Creo que el lector es libre de aceptar o rechazar y que el papel del autor en ningún caso debe ser el de «explicar», «convencer» a nadie ni mucho menos «vender» (qué horror).
En cualquier caso, acudí a la charla mentalmente preparado para un debate vivo y participativo, sí, pero que también podría ser, quién sabe, esquizofrénico y tenso. No sucedió nada de eso. En realidad, desde el primer minuto hubo conexión, mucha empatía y críticas tan atinadas que en gran medida yo mismo comparto. Nadie allí hizo «preguntas tontas», sino intervenciones inteligentes, creo que auspiciadas por Clara (que declinó todo protagonismo y se mantuvo en todo momento por voluntad propia en un discreto segundo plano), quien hay que reconocer que hizo un excelente trabajo previo de orientación en el análisis y comprensión lectora.
Le estoy agradecido por ello, claro está, así como al resto de participantes. El solo hecho de que alguien se tome la molestia de leer un libro mío con cierto interés y dedique tiempo y esfuerzo a sopesarlo, ya me parece algo digno de admiración, casi un pequeño milagro.
Por tanto, en lo que a mí respecta, sólo puedo decir que la tarde transcurrió de manera gozosa, con su intercambio de experiencias, su complicidad literaria e incluso, en determinados momentos, con su punto de emoción. Guardo un recuerdo hermoso de todo ello.
Aprovecho estas líneas para mandar un saludo y dar las gracias a todos por vuestra presencia y comentarios, que me ayudaron a entender, como dice Clarice Lispector, «qué pretenden de mí mis libros».
Hace algún tiempo tuve la oportunidad de dar una charla en Madrid para el taller de Clara Obligado. Fue para mí una experiencia muy valiosa. En primer lugar, me asombró la cantidad de gente y el interés que demostraban. Yo no sabía ni imaginaba (seguramente por puro provincianismo) que había en Madrid tanta gente interesada en la práctica de la escritura. Hablé acerca de las técnicas y los misterios de este extraño oficio, que nadie puede jactarse de dominar por completo: un caballo salvaje al que todos los días hay que volver a domar. Los talleristas me escucharon con un interés más que estimulante. Las preguntas que siguieron a mi charla demostraron que no se trataba solamente de un público cálido: eran preguntas inteligentes, informadas, de gente que (como cualquier escritor, siempre) estaba tratando de resolver sus problemas con la palabra. Por sobre todo, preguntas de excelentes lectores.
Allá por 1981 yo era una malcasada que acababa de publicar su primer libro para niños. Siempre me había gustado escribir pero, sin una guía, sin un maestro, me pasaba la vida descubriendo Mediterráneos. Tuve la suerte de ver un día un anuncio y así conocí a Clara. Ahora casi treinta años más tarde, considero providencial aquel encuentro. Tengo la suerte de que, además de mi maestra, Clara es mi amiga por lo que me tocó doble premio.
Cuando empecé a asistir al Taller de Escritura Creativa de Clara Obligado mi vida cambió. Parece la primera frase de un cuento. Pero no. Sólo es la verdad. Como en el cuento de Borges, el azar y la necesidad me llevaron hasta aquel jardín de los senderos que se bifurcan. Y allí estaba Clara, en el sendero de lo literario, para guiarme como Ariadna por el laberinto de la creación literaria. En aquel ámbito privilegiado, también me enseñó a leer. Es decir, a leer como se lee en su Taller: buscando la esencia de la escritura. De tal manera que en mí la lectura se fue imponiendo sobre la escritura. Como buena Maestra, Clara, en lugar de echarme de allí por vaguería contumaz, me animó a preparar “lecturas” y a exponerlas en su Taller. Me dejó elegir y, como no podía ser de otra forma, hice “mi” primera lectura de “Carta a una señorita en París”, de Julio Cortázar ante mis compañeros del grupo (ellos sí escribían). Luego su generosidad permitió que siguieran sesiones dedicadas a Isak Dinesen (“El acre del dolor”; “Una historia inmortal”) y por supuesto a Cortázar, siempre Cortázar, con “El perseguidor” y su música de jazz incluida, con “Casa tomada”, “La noche boca arriba” y así… Una historia aparte sería el relato de nuestra amistad y de las aventuras que hemos compartido en todos estos años (libros, viajes, casas, trabajos, nacimientos, divorcios, duelos, graduaciones, fiestas, cumpleaños, amores, odios…)
Pero para mí con Clara empezó todo. Aquella estimulante experiencia lectora en su Taller encaminó no sólo mi rumbo profesional de editora, sino lo que con los años sería mi especialización y, como no podría ser de otra forma, la apertura de un “Taller de lectura de la obra de Julio Cortázar”. O sea, que Clara tiene la “culpa” de todo en la nueva acepción que debería tener la palabra para decir que ella ha sido “la causante de algo” que en lugar de daño llenó mi vida de momentos que se parecen bastante a la felicidad.
Fui con alguna prevención al taller de Clara Obligado. Es un taller famoso. Había leído en una revista literaria española a un autor que, como si estuviera en falta, decía: “Pues aunque no he ido al taller de Clara Obligado…” Quizá por eso, esperaba encontrarme con una especie de hermandad de las letras. No hubo tal cosa, me encontré con un grupo de gente inteligente e inquieta, pero nada solemne. A poco de llegar, sentí que estaba entre escritores. Lo pasé de lo mejor. Habían leído mi obra, y muy bien. Creo que todo buen taller de escritura, lo es también de lectura. Sobre el final, me mostraron sus libros. Resultaron muy buenos. Incluso tomé de ellos algunas piezas breves para mis antologías. También premié, sin saberlo, a una integrante del taller en un concurso de microrrelatos organizado en Buenos Aires. Lo supe luego por Clara, cuando la ganadora le contó quién había sido el jurado. Hay talleres míticos, sobre todo en México, Madrid y Buenos Aires. El de Clara Obligado integra ese selecto grupo.
Asistir al taller de escritura de Clara Obligado, aparte de un privilegio por el prestigio logrado en sus largos años de existencia, fue una experiencia especialmente grata. Para los que nos dedicamos a la enseñanza, acostumbrados a ciertos corsés y exigencias de las clases académicas, hablar y compartir reflexiones sobre literatura con alumnos como los del taller de Clara, apasionados de la literatura, a la que se acercan con una mentalidad muy abierta e inquieta, consituyó un desafío muy enriquecedor. A todo ello se unió un clima extraordinario tanto por la cordialidad reinante como por el rigor de los conocimientos de los estudiantes, sin duda en ello tiene mucho que ver la responsable y alma del taller: Clara Obligado.