Presentación de “Estado crítico” (col. El Pez volador) de Paloma Gómez Crespo, por Clara Obligado.
A veces nos preguntamos si la ficción puede dar alguna respuesta a la realidad, si no es escapista meterse entre las páginas de un libro mientras afuera pasa lo que pasa. Muchas veces, yo también, me pregunto qué sentido tiene escribir en estos tiempos difíciles. Pero no quiero caer en la trampa: la literatura, y la cultura en general, es presentada hoy como algo sin sentido. Recortes en educación, supresión de asignaturas como filosofía, falta de apoyo a toda actividad cultural, recortes en la Universidad. Cierre de salas de teatro para convertirlas en supermercados, y un largo etcétera. No voy a seguir por este camino para no estropear esta noche de festejos, pero a veces pienso que si estuviéramos en un sistema menos hipócrita, simplemente se colgaría en la puerta de los centros de estudios un cartel con el lema “Se prohíbe pensar”.
Este verano estuve en Acapulco, en un encuentro sobre la lectura. Acapulco es, hoy, la ciudad más violenta de México, el estado de Guerrero ha saltado en los últimos tiempos a la prensa, no por la evidente belleza de su paisaje y por su cultura, sino por los 43 estudiantes desaparecidos. Y estos chicos eran maestros. Matar a los maestros, real o simbólicamente, cortar las fuentes de reflexión ha sido la política de todo sistema autoritario. Traigo esto a colación porque no estamos presentando a cualquier autora, sino a Paloma Gómez Crespo, una antropóloga con una visión social de las cosas, una especialista en temas de emigración que pone a su libro de relatos, como título “Estado crítico”. Una persona cuyo oficio es pensar el mundo en el que vivimos, sus problemas y posibles soluciones. O mediaciones, diría, más bien, Paloma. Entonces me pregunto si la literatura no es también una forma de mediación. Algo que se interpone entre la cruda realidad y los sueños, si no es el libro un objeto, en cierta manera, que actúa como un espejo, sin juzgar la imagen que refleja. Es cierto: los integrantes del hacer cultural somos personas que sueñan, y que convierten esos sueños en una realidad paralela en la que pude verse el otro lado de las cosas. Por decirlo de alguna manera, no nos conformamos con representar la realidad, sino que la interrogamos, le buscamos un sentido. La estrujamos y la convertimos en ficción, la organizamos para poder pensarla. Creo que toda literatura es una gran pregunta, y, por tanto, una gran rebelión, ya que quizá no hay revuelta más profunda que la de buscar el sentido de las cosas mirándolas del revés, a través de su tejido que nosotros, los escritores, llamamos “texto”. Nos rebelamos contra el estado de las cosas, y buscamos en nuestros sueños, y allí nos encontramos, abrigados por las páginas, tanto la huida más placentera como la constatación más monstruosa. Reconozco que no soy una buena lectora de lo que suele llamarse “literatura social” porque no puedo dejar de percibir, en muchos de estos textos, un tufillo moralista o “buenista”, por decirlo de alguna manera. Siento que me están dando gato por liebre, o chicha por limonada. Es decir, que me están manipulando. Dicho de otra manera: no me gusta los libros de buenos y de malos porque simplifican la realidad. Tal vez es un prejuicio, que todos los tenemos, pero suelo pedirle, a la literatura, una distancia crítica que no tiene la didáctica, por ejemplo, ni ninguno de los catecismos al uso. Y lo digo sabiendo que mi punto de vista es muy discutible. Me gusta la literatura que erige una ficción sin regañarme, sin hacerme sentir que, si no comulgo con el autor, estoy fuera del círculo de los elegidos. Me gustan los textos que pintan el “Estado crítico” de las cosas, pero que me dejan optar en libertad. Ya sé que todo lo que estoy diciendo encierra una paradoja. Toda literatura que merezca este nombre nos habla de la realidad porque, de todas formas, ¿de qué otra cosa nos podría hablar? Como el rey Midas, que todo lo que tocaba lo convertía en oro, todo lo que toca un escritor se convierte en real. O sea, ¿qué estoy diciendo? ¿De qué estoy hablando? Estoy diciendo que me gusta la literatura que me deja pensar sin adoctrinarme, que no me empuja a una lectura unívoca del mundo, sea cual sea su ideología. Una literatura que actúe como espejo no de lo que pienso, que no sirva para afianzarme en mis prejuicios, sino que me inquiete, me mueva, me acerque a los problemas que sacuden a la humanidad, con sus luces y sus sombras. Con sus claroscuros. Con sus paradojas. Por eso disfruto con el humor negro o su hermana, la sátira, creo que dibujan algo poderosamente humano: la posibilidad de sacar alegría del dolor. Si el mundo está, como diría Paloma Gómez Crespo, en “Estado crítico” ¿Por qué no reírnos de él? Hay una larguísima tradición de humor negro en la literatura, que suele aflorar, justamente, cuando todo se encrespa. Una literatura que llora y se ríe a la vez. Como bien decía Ramón Gómez de la Serna en «Gravedad e importancia del humorismo» – el humor negro «sólo pretende desacomodar interiores y desmontar verdades»; relativiza las cosas, critica lo que cree ser definitivo…: «No se propone el humorismo corregir o enseñar, pues tiene ese dejo de amargura del que cree que todo es un poco inútil». Por todo esto, probablemente, y por algunas cosas más, me gustan los textos de Paloma Gómez Crespo. Y vayamos al libro. Los mimbres que tejen estas historias son sencillos y han sido cosechados en la cantera de la “vida normal”. Son flexibles y afilados. Cortantes. Con este material, la autora teje historias brevísimas, en apariencia inocentes, pero que develan una visión aguda de la realidad y que encierran, siempre, emociones contrapuestas. Textos tiernos y compasivos, o irónicos y teñidos del humor más negro. Que nos hablan de la aventura de vivir, o de su desventura. De la fragilidad del ser humano y, también, de su infatigable capacidad de lucha. Lo que mostramos, y lo que se oculta. Lo evidente, y la sorpresa. Y, como una gran metáfora de esta sociedad en la que nos toca vivir, el asfalto se resquebraja bajo un peso que no puede sostener. Estamos, pues, señores y señoras, ante un libro de un serísimo libro de humor, que nos arrancará, sin duda, una carcajada llorosa. Y aquí vemos a nuestra autora, con el aspecto de no matar ni a una mosca. No os fiéis, queridos lectores, os fiéis nunca del aspecto pacífico de un escritor. En este caso, a pesar de su aspecto inofensivo, Paloma Gómez Crespo maneja la palabra como si fuese un cañón.
Y ahora, una breve pausa publicitaria, que he decidido añadir a todas mis presentaciones:
Amigos, comprad libros, los libros son baratos, duran más que dos cubatas, y quien se lleva un libro, por un mínimo precio, se lleva magia en el bolsillo. Regalad libros. Regalar un libro es la forma más sutil del elogio. Y un consejo: no dejéis para mañana el libro que podáis comenzar hoy.
Bienvenida, mi querida Paloma, a este mundo de los libros. Es un placer sumarte a la colección de El pez volador y ver tus cuentos nadar, o volar, entre los lectores,
y espero que a este primer libro lo sigan muchos libros más. Mucha suerte, y enhorabuena.