Focos de luz
Lo último que leí de Nuria Barrios además de esta dinamo que tanto nos ilumina, fue Ocho centímetros, y ahora puedo decir que Barrios es la aguja que gira dentro de una misma circunferencia, que no es sino la circunferencia del dolor, aquella de la que siempre tendemos a huir, y una vez huidos, no queremos volver a entrar jamás. Bien, pues ella no es que quiera volver o no a entrar, es que vive ahí. Se mueve en círculo cuyo eje quizá mida eso, Ocho centímetros. Y todo para contarle al mundo lo que es la muerte, la pérdida, el amor y la niñez, y sobre todo que dentro del dolor vive el placer y vivecersa.
Barrios es el compás, no solo musical, sino ese otro compás cuya mina hurga en la herida. Ella nos inyecta la droga en vena. Como si fuera un berbiquí que taladra y horada la tierra baldía que hay en nuestras vaciadas venas. Como si el cuerpo de la autora fuera el compás que baila sobre el papel, su mano la aguja envenenada que inyecta los puntos trazando la geometría del dolor, y sus ojos la bisagra que da el ángulo a unas manos que describen esos arcos de circunferencia donde juega con la probabilidad de la vida y de la muerte.
Por la luz de la dinamo que rescata de las tinieblas la vida temblorosa. Así se abre este libro, con ese haz de luz que corta como una cuchilla el horizonte. Con ese ángulo, ángulo visual en el que nos moveremos al introducirnos en la cueva-mina que es este libro, el ángulo del temblor. Porque así avanzamos por la vida, temblorosos y asustados por lo desconocido.
En boca de Barrios…
De su boca entreabierta / se desliza una hebra /un segmento tembloroso de su ser.
Tras leer este libro, me han venido a la cabeza varias imágenes que bien pueden entrar en esa circunferencia, piensa bien y proteje tu cabeza, me dije mientras leía el libro. La primera fue esa botellita que es en sí misma la dinamo, la botellita de la energía. Ese misterioso artefacto que produce energía gracias a la metafísica del esfuerzo, una metafísica de la que depende el haz de luz que obtendremos como resultado. A mayor pedaleo, la luz se altera, y alarga nuestro horizonte más inmediato, si ralentizas el paso la luz se desvanece, se apaga lentamente y si te paras, muere, si te paras, mueres. Y es que todo depende del roce, del rozamiento, de cómo te fricciones con la vida, de tu intensidad para con ella, aunque a nuestro alrededor, todo es negro y oscuridad.
Oscuridad que late en el poema El poeta (juego de palabras) que dice:
Soy la oscuridad / soy el que penetra / soy el hilo del deseo / los muslos húmedos, las húmedas entrañas / soy el hedor de la luz descompuesta /el lustroso pelaje del minotauro.
El primer poema del libro, SEIS CIERVOS, abre la primera parte que habla del amor y se titula Entre un antes y un después.
iluminan de rojo el círculo de hierba / las teas de sus cuernos / alumbran la imagen de otro tiempo / inasible / como la felicidad. / Un sonido los alerta / el sol de los venados desaparece
en la negra boca del bosque.
Ya en uno de sus versos (las teas de sus cuernos alumbran la imagen de otro tiempo) me fui a otra imagen, a otro foco de luz, a otro haz. A ese casco de minero que lleva -al igual que aquella bici envejecida donde viajaba la niñez-, una luz en la parte frontal, como esos ciervos llevando esas teas en sus cuernos. Una luz que parte en dos la oscuridad (en la negra boca del bosque) dejándonos un estrecho río de esperanza al frente, una luz que (alumbra la imagen de otro tiempo, como la felicidad…) una luz que es una línea, una delgada fina blanca.
Ambas imágenes me hicieron pensar en la vida. La vida que se anochece y esa luz temblorosa que no entendíamos en nuestras infantiles bicis y que ahora en nuestra madurez se enciende y nos perturba. Nosotros, niños que avanzábamos sin miedo por ese camino de la evasión -porque todo niño mira hacia adelante y le gusta la aventura de vivir cuando el motor de la muerte o de las adicciones aún no existe-, nosotros, digo, ahora detenemos nuestro paso para mirar en ese espejo.
Este libro es raro, como rara es la muerte, como raro es el equilibrio (tantas veces mencionado aquí), como raros somos nosotros. Se divide en tres etapas como aquellas tres edades de Klimt, el nacimiento, la niñez, la muerte, edades descolocadas “raramente” para alcanzar el equilibrio: el amor, la infancia, la muerte y donde la una se incorpora a la anterior…
Luces y sombras, ingenuidad y crueldad. Esa es la rueda que gira y nos gira. La rueda del mundo donde lo que está arriba está abajo haciendo del mundo una ruedas de flores
Rueda la rueda / mas en la noche, a solas / nos preguntamos quién / cuando tú no seas
hará girar la rueda / quién, cuando tú no seas /seremos.
Hay quien domina el arte de la cocina y hay quien domina la cantos hablados, como aquellos otros cantos que quemaban nuestras rodillas cuando de niños avanzábamos hacia la vida, es decir, hacia la muerte iluminados por aquella dinamo que guiaba nuestra bici cada vez más y más pequeña. Y es que justo ahí, subidos a la bici de la infancia aprendimos a mantener el equilibrio–
equilibrio. (Del lat. aequilibrium) Estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente.
El equilibrio / cuando se consigue / es raro.
Equilibrio que vamos perdiendo cuando amamos y matamos eso amado como en esta BALADA
Como cada hombre mata lo que ama / nosotros, unos a otros /nos matamos / atenta, afanosamente. / Como cada hombre / cada familia muere de amor.
O perdemos lo amado y envejecemos rodeados de obscuridad y soledad
CON MANO FIRME NOS GUÍA
en el aprendizaje de la pérdida. /Ya no resistimos como niños asustados/ su sino es el nuestro. /Va despojándose de sí misma / hasta revelar la imagen /nuestra imagen, viejo tejido enfermo.
Y es que Barrios sabe ver en la oscuridad y montada en esa bici de la infancia y con todo su saber popular recorre los caminos de la ironía. Ella es la balanza donde se equilibra su madurez a base de pureza aunque también de crueldad, pues ambas caminan de la mano.
Y así llegamos a la segunda parte del libro, más irónica y más cruel, Las niñas bonitas, concebido casi como un perturbador cancionero popular y que se abre con un poema de Vilariño
Decir no / decir no/ atarme al mástil /pero deseando que el viento lo voltee /que la sirena suba y con los dientes /corte las cuerdas y me arrastre al fondo /diciendo no no no /pero siguiéndola.
Y entre este poema donde Vilariño se niega una y otra vez a atarse al mástil y a la vez desea dejarse llevar (he aquí los paraísos artificiales) entre este inicio digo y el primer poema que abre esta segunda parte, En la barca va el barquero, me viene de golpe Caronte y su barca, porque ese barquero bien pudiera ser Caronte, el barquero del Hade, el encargado de guiar las sombras errantes de los muertos de un lado a otro del río Aqueronte –a cambio de un puñado de monedas- o incluso el traficante de drogas que llega desde el infierno hasta la vida. Y es que hay un cierto susto en cada poema-canción infantil cuando Barrios las canta. Toda canción infantil encierra crueldad, porque dentro de la inocencia respira también lo cruel
Al pasar la barca /me dijo el barquero /las niñas bonitas /no pagan dinero.
¿No veis aquí a Caronte diciendo que las niñas bonitas y sus almas no han de pagar dinero para ser transportadas a la otra orilla de las adicciones? Ofelia es esa niña y Ofelia duerme en el río
Por el río del olvido el agua mece su red / en la red flota una niña /sus dedos, pétalos grises
los pulmones, lotos negros. /Acunada por la lenta corriente, duerme.
Si lo pensáis, hay crudeza y pureza en todos estos himnos. Se me va la cabeza a aquella canción juego infantil de La gallinita ciega, que bien podría también estar en este libro raro. La gallina, ese animal sin futuro, ese ave de corral desnucado. Pequeña gallina ciega, pequeño animalillo, que el garrote de la vida última no estrangule tu cuello con su necia corbata roja.
Gallinita, gallinita / ¿Qué se te ha perdido en el pajar? / Una aguja y un dedal /Da tres vueltas y la encontrarás
Juego por cierto cuyos materiales utilizados eran un pañuelo o una venda para tapar los ojos (mismos materiales utilizados para los ahorcados, estrangulados, fusilados, guillotinados, etc…)– También me viene a la memoria La gallina ciega de Max Aub un libro que presentaba una detallada descripción del franquismo tardío.
El juego del Ahorcado por ejemplo, tampoco sé si tiene canción popular pero ya los nombres de estos juegos y su siniestro tono al ser cantados son un termómetro del grado de crueldad en el que crecimos.
Y de los ojos tapados de la gallinita ciega, pegamos un salto al Veo veo de este libro… veo veo ¿Qué ves? Una cosita y qué cosita es? yo vi un durísimo poema que Barrios expone magistralmente en la página 55
¿A qué quieres que juguemos, gallinita ciega? al Ahorcado, al Veo Veo, o al Veo veo al ahorcado?
¿No hay algo perturbador en las canciones infantiles? De nuevo, de la gallinita ciega que no puede quitarse la venda de los ojos, al un dos tres escondite inglés sin mover los pies (atados de pies y manos jugando a entrara en un escondite del que no querrías salir)
Y ya para terminar, y en esa misma Rayuela, Una gota de resina, donde nos habla de la enfermedad, de la futurible muerte, esa luz estrecha que se nos abre en el camino por la acción de esa dinamo. Una muerte como dice ella que nos mira embelesada. Lo único que permanece en tu cuerpo cambiante es el ADN, nos vuelve a decir la autora. Esa es su dinamo, la botellita ya no de energía sino de oxígeno que da esa luz estrecha al mundo y a estos seres raros que somos. La energía que nos ilumina y abre la oscuridad en la que vivimos. Y es que todo forma parte del todo. La vida desde el inicio es una sala de espera, una ciudad sin murallas como dice Barrios, esta sería la parte tercera y última del libro… como última es la enfermedad que termina en muerte en esta rayuela que es la vida.
Barrios dice :::
Hoy que has muerto /me pregunto quién querrá jugar conmigo. /Quién sin apartar la vista
/ me verá aligerarme de vida / de casilla en casilla. /Quién sin temblar / permanecerá en el umbral de tiza / cuando cruce la última línea. / Quién sin desfallecer /se alejará con el peso de mi sombra /muerta /muerta / muerta
Para mí este libro, esta corriente continua ha sido algo así como un rizado de probabilidades donde la autora ha sabido manejar la intensidad de excitación de la dinamo, que era la que ha circulado con una gran energía para producir el campo magnético de tensión al que quería llegar.
Fricción fricción fricción, solo el rozamiento produce un movimiento hacia delante un avance. Deberíamos rozarnos más los humanos, ser botellita de energía que roce la rueda del de al lado. Nuevos métodos de iluminación, de iluminar al mundo. De comunicación.
La ficción exige equilibrio decía Nuria en un poema y yo añado la fricción exige equilibrio también.
Solo la muerte que calla sabe que somos… y qué somos.
La vida en este libro es un círculo donde el inicio toca el final.
Nuria Ruiz de Viñaspre