(foto de Isabel Wagemann)
El baile.
Brillantes, cortantes, feroces descuartizadoras de telas, pelos y papeles. Tan útiles para podar hierba, uñas y trozos de pollo. Metálicas y amenazantes en manos de la peluquera. Serviciales y certeras en manos de la modista. Tontas, entre folios de colores y el origami. Sin filo, como bípedos inútiles en la cocina. Óxido y olvido en un cajón del escritorio. Deformes, mutantes. Con ojos de buenas para cortar una flor y regalártela. Retorcidas, con sonrisa de zigzag, buscando acaso una lengua para perfilarla. Tétricas bailarinas de piernas de plata que inician su baile terrible. Tijeras llorando y gritando que eso no, que ellas nunca. Tijeras huyendo al costurero y cerrando la cremallera por dentro. Susurros y risas. Tijeras perfectas y rígidas, que salen deslumbrantes de su escondite. Golosas, doblegan a mi mano derecha y la obligan a seguirlas. Brutales, cuando hundo sus fauces, sin asco, en la manteca blanca de tu espalda.
Isabel Wagemann