Por favor, respeta nuestro espacio: escritura y manspreading, por Clara Obligado

Soy feminista. De toda la vida. Nunca lo he negado, ni siquiera cuando no estaba de moda, cuando se daba por hecho que éramos inútilmente beligerantes, un poco histéricas, tal vez locas. Lo que sucedió ayer, la manifestación del 8 de marzo y su clamor desbordante, me dan la pauta de la razón que teníamos quienes, desde hace años, peleamos por un mundo más igualitario. Fui feminista desde muy joven, entre las risas de mis compañeros hombres que, en la política, consideraban que pelear por las mujeres era un asunto irrelevante. Lo fui al llegar a España, y me sumé a luchas minoritarias. Lo fui a mi manera, reflexionando en cada etapa, a veces en contra de lo que las mismas feministas decían. No sabéis lo interesante -y a la vez cansada- que es esta tarea, cómo hace que gastes en ella energías que bien podrías utilizar para otra cosa. A veces pienso cuántos libros más hubiera escrito de no haber tenido que pelear tanto.
En este marco, me gustaría hacer hoy, el día siguiente a este 8 de marzo que cambió tantas cosas, una reflexión mínima sobre lo que significa ser escritora en un mundo todavía regido por los imperativos masculinos, unos imperativos en general obvios, pero muchas veces difíciles de desentrañar. En su artículo sobre Micromachismos: violencia invisible en la pareja, el médico y psiquiatra Luis Bonino Méndez propone a los hombres “tomar iniciativas para realizar acciones que favorezcan la erradicación de la violencia de género y no dejar que sean únicamente las mujeres las que luchen contra la violencia que nosotros producimos”.
La frase es contundente, y es duro comprobar que ha sido pronunciada en 1998, o sea hace exactamente veinte años. Bonino Méndez utiliza en su artículo el término “micromachismo”, que viene a ser algo así como “violencia suave”, en la terminología de Bourdieu, “pequeña tiranía” casi invisible, es decir, con los anticuerpos y adaptación necesaria para sobrevivir en una sociedad que cada vez tolera menos este tipo de violencia. Pierre Bourdieu tiene un libro llamado La dominación masculina que es muy interesante, y que también os lo recomiendo. Incluso Foucault hablaba de estas desigualdades que generan situaciones de poder. Vamos, que no me estoy inventando nada nuevo.
Si algo tuvo de conmovedor la manifestación del 8 de marzo fue la constatación de la enorme cantidad de chicas jóvenes salieron a la calle porque que han tomado conciencia de su situación y están dispuestas a luchar para cambiarla. Las feministas jóvenes, las que tienen menos de 40 años, se han sumado torrencialmente a nuestros reclamos de mujeres mayores, y han hecho un trabajo brillante de ridiculización, ironía y humor sobre los llamados micromachismos. Me gustaría, como escritora, o sea, como persona que se ve constantemente obligada a participar en mesas públicas, debates, intercambios, etc., llamar la atención sobre algunos términos de nuevo cuño que pueden servir para explicar lo que creo que sentimos muchas de las mujeres escritoras.
Para hacer honor a los canales que las jóvenes han creado, tomaré como fuente “El tornillo”, microespacio feminista de La Tuerca, un espacio didáctico y divertido que no puedo dejar de recomendaros. Viéndolo he aprendido muchas cosas, y también me he hecho con un pequeño diccionario del micromachismo que me gustaría incluír dentro del campo literario, para que los hombres de buena voluntad, nuestros amigos escritores, tomen en cuenta lo que sentimos. Sí que muchos de nosotros somos muy susceptibles con los nuevos usos lingüísticos –no en vano traficamos con las palabras- y que en los últimos tiempos ha levantado ampollas la feminización un tanto rocambolesca de algunos sustantivos. Bajo mi punto de vista, la lengua es un organismo vivo que da cuenta de los cambios que suceden en la sociedad. No tiene mucho sentido enfadarse por la tensión existente entre el masculino y el femenino, justamente porque en la calle, en las casas, en los trabajos, existe también esta tensión. Dicho esto, espero que se me permita utilizar algunos neologismos anglófonos que son hijos del tiempo en que vivimos. Partamos del “manspreading”, término no recogido por la RAE, pero sí por el Oxford English Dictionary, que habla de “la práctica de algunos hombres de sentarse con las piernas abiertas en el transporte público, ocupando con ello espacio de más en el asiento”. Esto es lo que yo siento, habitualmente, cuando tengo que participar en un debate y los ponentes, en general en su mayoría hombres, ocupan la escena sin hacer caso a moderaciones o tiempos asignados. Cuando se “despatarran” sobre mi espacio, En estos casos, se me ofrecen tres opciones: o interrumpo a quien no me deja hablar, actitud que me parece de franca mala educación y que me hace sentir violenta, o señalo que está utilizando mi tiempo, y entonces me convierto inmediatamente en una mujer intratable, o guardo un silencio modosito e irritado que me hace regresar a mi casa furiosa conmigo misma.
Otro término que me gustaría aplicar al campo literario es el de “mansterrupting”, que consiste en esa costumbre de interrumpir a una mujer que está hablando (está demostrado que se nos interrumpe mucho más que nosotras a ellos), situación que nos deja sin voz, con todo lo que aquello implica. Y sumaría también “manspaining”, que está definido como “explicar algo, en general el hombre a la mujer”, de manera condescendiente o paternalista”. Pocas cosas me ofuscan tanto como cuando un compañero de mesa aclara, con o sin vacilaciones de mi parte, aclara: “lo que tú quieres decir”, “probablemente estés hablando de…”, o la alusión directa a mi condición de mujer para tratarme con cierto paternalismo burlón o con generalizaciones absurdas.
En estos días, por ejemplo, algunos amigos escritores me han dado cátedra sobre qué es ser feminista o qué teníamos que hacer las mujeres frente a la huelga. He ido a un club de lectura donde tres hombres discutieron uno de mis cuentos sin escuchar lo que yo tenia que decir, y he leído en las redes cientos de comentarios sobre lo que nosotras íbamos a hacer, las razones y causas de nuestra movilización. Es evidente que, en todas partes, la voz masculina suena más alto, está sobre representada y que estas son estrategias inconscientes, pero el reconocimiento de la violencia imperceptible que esconden también cambiaría las leyes del juego. Escuchar y callar es algo que puede resultar interesante, de la misma manera que reconocer estrategias de machismo incrustado pueden hacernos avanzar hacia una sociedad más igualitaria.
Por estas cosas, para luchar contra estas relaciones asimétricas, y por muchas otras, me movilicé ayer. Y también para que haya una cuota más importante de mujeres en los premios literarios de prestigio, en la Academia y en todos los organismos de los que históricamente se nos ha excluido.
Me gustaría terminar esta nota con otra sabia frase de Bonino Menéndez, cuyo artículo recomiendo a todos los que tengan la intención de desactivar estas actitudes de micromachismo desactivando así algunos mecanismos de la violencia de género: “No hablamos de la maldad de todos los varones, sino que hacemos una crítica al modelo masculino tradicional que se basa en creer que el varón es superior. Defender estos modelos tampoco es provechoso para los hombres que quedan, para defenderlo, cada vez más atrapados en el pasado”.

El Asombrario
11 de marzo de 2018

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