Los clásicos, las grandes tragedias griegas y la novela negra, tan actual. Todo está relacionado. Hoy recomendamos en este Taller de Escritura (y lectura; que no se puede hacer bien lo uno sin lo otro), recomendamos ‘Edipo Rey’, de Sófocles. En ‘Edipo’ asistimos a la primera persecución policial de la literatura, a la intriga como motivo literario que hace avanzar el argumento.
Por CAMILA PAZ
¿Hay alguien por ahí que no haya leído alguna vez una buena tragedia griega, con sus conflictos irresolubles, sus muertes obligatorias, su correveidile azorado ante tanta noticia desesperanzada? Si es tu caso, debes saber que es lo mejor que se puede hacer para relativizar la vuelta a la rutina (junto con la lectura del periódico, claro), y para tirar de ese hilo invisible que une lecturas y teje conceptos a través de los siglos.
Elijo en esta ocasión un clásico entre los clásicos, Edipo Rey, de Sófocles, con el placer que me produce siempre volver a sus estrofas. Los antiguos la consideraron una obra perfecta en su estructura, pero a mí me encanta, entre otras cosas, porque en cierto sentido abre uno de los géneros con más éxito de la literatura moderna: la novela policiaca. Y es que en Edipo asistimos a la primera persecución policial de la literatura, a la intriga como motivo literario que hace avanzar el argumento, pero además viene cargado de reflexión filosófica: Edipo convierte en tema la máxima griega del “conócete a ti mismo”, plantea la distancia entre lo que uno cree que es y lo que realmente es, y logra que el lector sufra el dolor de ese encuentro entre el ser y el parecer.
Mejor me explico, a pesar de los spoilers, ¿no? Edipo es el rey de Tebas por una serie de avatares del destino. En realidad, él se considera extranjero en la ciudad, pues llegó desde Corinto huyendo de una profecía que lo señalaba como futuro asesino de su padre y amante de su madre. En el camino de salida había entrado en reyerta con un forastero, al que finalmente mató, para después llegar a las puertas de Tebas y deshacerse de un plumazo de la esfinge. Como recompensa, el pueblo le entrega a la reina viuda Yocasta. Juntos engendran cuatro hijos. Edipo se convierte en un rey justo, agradecido, dispuesto a ayudar a su gente. Su barba plateada es lo primero que vemos en escena, un coro de ancianos suplica. Empieza la tragedia.
El rey es informado: una peste asola la ciudad y sólo podrán deshacerse de ella cuando el impío pague sus culpas. ¿Y quién es el impío? Es el asesino de Layo, el rey anterior, un hombre desconocido que sigue con vida… ¡y está en Tebas! Esto lo dice el oráculo, la voz de los dioses, que siempre resultan un tanto equívocos pero que activan la máquina fatal del destino. A Edipo le gustan los acertijos, sabe que es bueno porque venció en inteligencia a la pérfida esfinge, y además, quiere ayudar. Busca y busca. ¿Quién es el asesino? ¿Por qué mataron a Layo? ¿Qué calla Tiresias, el adivino? ¿Queda algún testigo vivo de tan antiguo crimen? ¿Será Creonte, que esperaba ser rey a la muerte de Layo?
Todos los elementos de lo policiaco están sobre la mesa: un muerto en la primera escena, sospechosos, posibles móviles, aparecen testigos, razones, indicios. La intriga empuja la trama, el pasado se levanta ante los ojos de los lectores, que se compadecen del bienintencionado detective. Porque, como en los buenos thrillers, dilucidamos la verdad justo antes de que el pobre investigador lo entienda todo: fue él, el joven Edipo, quien mató a Layo (¡ah, la antigua reyerta!), que además resultó ser su padre biológico, y Yocasta, por tanto, su madre. En la tragedia, como se ve, los dioses castigan a los hombres, el dolor es absoluto y por tanto catártico. Y no hay marcha atrás.
Qué fascinante resulta que la tragedia, todavía en las antípodas del nacimiento del género policíaco, ya lo anteceda y además se atreva a rizar el rizo: investigador y culpable se convierten en la misma persona, acierto narrativo que explotarán otras novelas ya dentro de lo policíaco, como hizo Patricia Highsmith con su Ripley o Agatha Cristhie con Roger Ackroyd. Así, el conflicto moral se vuelve complejo, pues su protagonista es inocente (en su intención) y culpable (de hecho). Ahí está el dolor del descubrimiento, la ceguera que provoca la verdad, el darse cuenta de que se es lo que nunca se quiso ser. ¿No os parece un temazo?
Por si fuera poco, Edipo en especial y el mito griego en general son fuente inspiradora de Freud, del psicoanálisis, y de tantos amores asimétricos que nos ha dado la literatura. Así que, ahora que vais a leer Edipo Rey, recomiendo coger carrerilla y embarcarse en lo que podría considerarse una trilogía, una miniserie: seguid con Antígona, terminad con Edipo en Colono, una preciosa (y algo más medida) tragedia sobre la vejez. Qué mejor manera de hincarle el diente a los clásicos y, al mismo tiempo, entrar (o ahondar) en uno de los géneros más populares y divertidos de la literatura moderna.