Teresa Serván con Emilio Nunnez, con ejemplares de La aldea de F. y libro gigante de “El libro de los viajes equivocados. En el taller.

La mujer del sepulturero 

La mujer del sepulturero aprovecha, cuando éste tiene oficio, para deslizarse en los brazos del carbonero. Le gusta ese hombre que tiñe de negro sus pechos blandos. Cuando su marido limpia el cementerio, ella deja que el campesino abone sus muslos, la pierden esas manos terrosas separando las nalgas. Y cuando su esposo visita alguna aldea, practica con el verdugo otro tipo de muerte, con la soga al cuello. Solamente una vez al mes el enterrador posee lo que es suyo y, ese día, la mujer goza como ningún otro, cuando se acoplan, con el culo pegado a la piedra, mientras recibe el eco de su último suspiro.

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