Presentación de La muerte juega a los dados en Murcia, con Lola López Mondéjar y Juan Casamayor.
La muerte juega a los dados, de Clara Obligado
(Páginas de Espuma, Madrid, 2015)
Por Lola López Mondéjar
El nuevo libro que Clara Obligado nos entrega, como viene siendo habitual en sus últimas obras, es un prodigio de precisión lingüística y estructural.
Sirviéndose de una prosa cortante, sin circunloquios, pero exquisitamente poética en algunos fragmentos, nos cuenta la historia de la rica familia Lejárraga a lo largo del siglo xx hasta el presente.
Las historias están ambientadas con detalles muy cuidados, expresivos, que crean las atmósferas precisas para visualizar las escenas que se nos narran con hallazgos poéticos impresionistas. Veamos algunos ejemplos:
Catalina salió a la puerta y lanzó a la calle el agua de la jofaina, que sonó como un latigazo sobre el polvo (pág. 91)
Cadáveres asidos por los pies y con las manos hacia arriba, los dedos rígidos como si estuvieran peinando el aire (pág. 102).
Han florecido los jacarandás, techando la plaza de azul (pag. 142)
De las dieciocho piezas que forman el conjunto, El miedo, El verdadero amor nunca se acaba, Transferencias y Verano están contadas en primera persona, el resto presenta un foco variable, y los más por un narrador omnisciente que mira desde lo que podríamos considerar un satélite artificial estratégicamente colocado en mitad del tiempo y del espacio, pues su omnisciencia es plena y navega por ambos a lo que parece su antojo, salpicando el texto de elipsis que construyen la estructura de la obra. Narrador omnisciente, sí, pero –Clara Obligado sabrá cómo lo hace – , sin la plomiza sabiduría del narrador decimonónico, sino tan cercano a sus criaturas que estas parecen formar parte de él, y el relato se hace ligero, vertiginoso y preciso, sumamente ameno e imposible de abandonar desde la primera a la última página.
A su ligereza y amenidad contribuye también un rasgo que se acentúa en la primera parte y tiende a desaparecer en la segunda: el carácter exótico de lo que se nos cuenta, la habilidad de la autora para desplazarnos de la revolución mexicana a Buenos Aires, París, Berlín, Kiev, Londres o el trasatlántico de lujo Cap Arcona. Su trama detectivesca añade un ingrediente más a la tensión: comienza con un cadáver y, aunque la autora ironiza sobre los géneros hacia la mitad del libro (el relato La sangre lo divide en dos mitades: antes y después de la muerte de Héctor) lo cierto es que funciona también como una novela negra donde el que investiga es el lector, como ha de ser.
Para que quede clara su propuesta, en El efecto coliflor, la esposa que abandona al detective (sí hay también un detective que se enamora de una nevera y se obsesiona por un crimen irresuelto y cerrado tiempo ha) nos dice:
—¿Y si el muerto no fuera el final, sino el principio de todos los problemas? He estado leyendo esas novelitas tuyas y entiendo cómo están hechas: primero se busca un muerto y se lo pone en las primeras páginas, después, un culpable, que aparece en las últimas y, con esos dos datos bien plantados, se enreda una madeja durante doscientas páginas. Es un buen truco, pero en la vida no sucede así. La vida es puro azar, querido mío, y la muerte juega a los dados (pág. 125).
Y continúa la misma mujer, que nos ofrece así un esbozo de poética:
—Al fin y al cabo, lo esencial no es quién mató a quién —siguió Amalia, cortando un hilo con los dientes. Y, sin levantar los ojos de la costura, añadió—: lo importante es qué sucedió con toda esa gente que se quedó viva, qué les pasó después. Lo fundamental no es la solución de los grandes enigmas, sino la vida de todos los días… (pág. 125)
El libro es un delicioso diálogo con diferentes géneros y fórmulas literarias, que desplaza las fronteras de estos y los hibrida (pensamos especialmente la mixtura cuento/novela). Hay microrrelatos oníricos y evocaciones al cuento fantástico que amplían la profundidad de los personajes, dándoles un carácter literario casi mítico, carácter que atraviesa el libro de principio a fin, convirtiendo a la familia Lejárrega en una saga excéntrica, literaria e inolvidable.
¿Es este un libro de relatos?, ¿una novela fragmentada?, ¿fractal?, una escritura descolocada, afirma Clara Obligado, una escritura extranjera que explora los límites del cuento, según nos anuncia su autora.
Cuentos ensamblados a modo de un puzzle cuyas piezas construyen una historia familiar de más de cien años. Relatos que comparten protagonistas, referencias, pistas: unas cortinas amarillas, un broche de pelo, pajaritas de papel, un perfume de lilas, pero que pueden leerse, también, independientemente.
Y por detrás de un argumento, milimétricamente pensado, nos encontramos con el problema de la verdad, presente tanto en la trama como en el aspecto más metaliterario del texto.
¿Quién mató a Héctor Lejárrega?, ¿el marido de su joven amante?, ¿su propia esposa?, ¿la institutriz?, ¿el hermano, deseoso de heredar? ¿O fue en realidad, un suicidio? Si interpretamos las palabras del espectro del patriarca, que aparece por sorpresa en una sesión de Madame Rayja, taumatóloga —mientras que una cliente le pregunta por su marido perdido en la Patagonia (así, así es este libro febril y caudaloso)—, acerca de quien lo mató: «no fue hombre ni mujer», «quiero y no quiero que se haga justicia», nos dice; el misterio está servido. Y es que este es un libro que no gusta de conclusiones, sino de acertijos.
¿Existe Kamil, el joven con quien se encuentra la autora de estos relatos cuando está terminando de escribirlos?, ¿o es una figuración suya?, ¿existe, en definitiva, la no-ficción? Este es otro de los interrogantes centrales de estos textos.
Afirma al respecto la narradora de Verano:
Este libro es lo más parecido a una autobiografía que, de momento, soy capaz de redactar: yo, señores, en posesión de la verdad. Yo señores, narrándome. Mis recuerdos son la argamasa con la que levanté estos muros. Pero, a medida que voy avanzando, me doy cuenta de que todo lo que cuento es cierto, menos la mayoría de los hechos. ¡Es tan frágil la memoria! Tan mentirosa. Dicho de otro modo, los hechos no son exactos, las consecuencias sí. (pág. 219)
Hay frases tan contundentes que merecen detenerse en ellas, aunque Clara Obligado las incluya como de paso, sin darles demasiada importancia. Como la que le dice Alma a su hija poco antes de morir.
De pronto me miró con sus ojos atónitos y me hizo una última pregunta:
—¿Y esto era todo?
Un rato más tarde entró en coma y, desde esa negrura, pasó a otra aún más profunda (pág. 213).
¿Esto era todo?, repite más adelante la pregunta la hija escritora, ¿es la vida una crónica incierta de unos hechos mitad ficción, mitad recuerdos inventados, en la que la muerte juega a los dados?
Pero no solo hay interferencias en las sesiones de espiritismo de la médium Rayja, ni entre los relatos que forman el puzzle de este magnífico libro. También las hay entre los libros anteriores de Clara Obligado y este último.
Reconocemos a Lyuba, que ya apareció en El libro de los viajes equivocados, a emigrantes polacos que llegan casi indefensos a Buenos Aires, a una Europa que se estremece bajo la bota del nazismo y las revoluciones, a niños huérfanos y fortunas perdidas o reconstruidas en los países de acogida. Reconocemos la extrañeza de un idioma que mezcla al menos tres variedades: la del castellano peninsular, el argentino y la modalidad que se habla en México, todas discretamente presentes en el texto que reseñamos.
Reconocemos, por último, esa particularísima forma que tiene la autora de ser Dios y contarnos, desde el Olimpo de su imaginación excepcional y poderosa, la historia de una alfombra desde el origen del mundo hasta las manos de la tejedora persa, y desde ellas a Londres, y de Londres al salón de una lujosa casa de Buenos Aires donde encontramos, para no olvidar que todo empieza por un cadáver, el de Héctor Lejárraga, con un tiro en la sien, vestido con un elegante frac, poco después de asistir a La Traviata en el teatro Colón, donde Leonora había encandilado con su vestido blanco recién traído de París y su melena azafranada.
He leído tres veces este libro y en cada una de sus lecturas descubro bondades nuevas, sorpresas, hallazgos gramaticales, metáforas sencillas y perfectas. Ni uno solo de sus muchos personajes nos parece irrelevante. Todos tienen rasgos suficientes para moverse por la historia con absoluta singularidad y gracia, dejando en el lector una sensación de haber asistido a un torrente de vida.
Así es la vida.
Concluye la escritora su libro, y no podemos más que estar de acuerdo con ella.
Por todo lo anterior, creo que la autora ha escrito estas historias en estado de gracia, que su habilidad para contar supera aún los logros de sus libros anteriores, y que Clara Obligado es una de las escritoras más logradas y originales de la literatura hispanoamericana contemporánea.
Gracias, Lola, por tu generosa presentación.