Con blusa blanca, Maite Sans, la Bibliotecaria de Uclés. Y la impulsora de esta aventura, Mariángeles Fernández, vestida de beige.

Hace pocos días me invitaron a Uclés, un bello pueblecito de Cuenca. Era una actividad gratuita y largamente organizada, y cada vez que mencionaba la invitación, alguien me hablaba maravillas de Maite, María Teresa Sans, la bibliotecaria de Uclés. Llegué a una sala llenísima de mujeres, con algunos hombres. Como si yo fuera una star rock, habían venido en autobuses desde otros pueblos, sólo para escucharme, y el escenario estaba decorado con decenas de tiestos de calas que una vecina había prestado. ¿Quienes eran estas mujeres apasionadas por la lectura, cómo habían llegado hasta allí? ¿Cómo se habían formado estas magníficas lectoras? A medida que avanzábamos en nuestra conversación, me iba emocionando con la presencia de estas resistentes de la cultura que no tienen apoyo alguno y que se mueven, simplemente, por el amor a los libros. Me regalaron un enorme ramo de flores, dos quesos, una botella de vino, un tarro de miel y alguien cantó, con una preciosa voz de soprano, una canción en mi honor. Y luego vino el regalo mayor, la carta de esta magnífica bibliotecaria, que comparto con vosotros.

 

Querida Clara,

quería agradecerte tu visita a Uclés para el encuentro del viernes y decirte que todo el mundo ha quedado encantado contigo y con lo que nos contaste.

Te estoy especialmente agradecida porque creo en el poder de la literatura, de la palabra, del rigor, de lo que la lectura nos aporta y también, desde luego, de que no hay que bajar el listón porque nuestro interlocutor no esté lo suficientemente preparado o no sepa mucho o “yo que sé qué” ¿acaso somos tontos?

Llevo 14 años en esta biblioteca y todavía me emociono con el club de lectura, en el que voy metiendo una de cal y otra de arena y en el que se ha pasado de la Hoja Parroquial a leer, por ejemplo, libros como La Regenta, reflejo por cierto de una sociedad no tan lejana ya que aquí hubo alguien parecido a un Fermín de Pas que las mujeres conocieron …

He aprendido muchísimo con ellas y creo que es enriquecedor para todas, pero muy especialmente es algo importante para estas bibliotecas rurales, porque esto, también, Clara, es un poco la periferia…

A veces, cuando vengo a la biblioteca, sobre todo en esos días de invierno: fríos, mudos, tristes, solitarios … te aseguro que se te hiela un poco el alma. Pero, entro en la biblioteca, es día de club de lectura y se percibe la vida: van entrando las mujeres, primero quejándose un poco de sus limitaciones (casi todas, como viste son mayores), cosa que les tengo afectuosamente “prohibido” (eso y decir que “yo no sé, habla tú o fulanita que sabe más”) y nos vamos sentando alrededor de la mesa, con nuestro libro, y empezamos a charlar animosamente sobre todo y sobre nada y  luego empezamos con el libro, con el trozo asignado para ese día. Siempre suele haber un inicio silencioso con miradas a unas y otras, pero a los dos minutos, ya no hay quien las pare: hablar, discutir, a veces enconadamente, reír, también  a llorar (sí, alguna vez he visto llorar a alguna porque se ha identificado con algún personaje…),  y así vamos quitándonos a menudo la palabra porque todo interesa y de todo queremos participar.

En fin, no pararía de hablar sobre las bondades de estos clubes y de estas bibliotecas rurales y creo que para Uclés, en donde vivimos apenas 200 habitantes, haber estado el viernes reunidas en un acto en el que el interés fue máximo, gracias a personas como tú,  pues me parece emocionante.

Así que, Clara,  muchas, muchas gracias y ¡quién sabe! ¡hasta algún momento o hasta algún libro o hasta algún otro viaje!.

Un beso.

Maite

 

2 comentarios

  1. Felicidades por esa lucha contra los molinos de viento de la apatía. Es un logro compartido y un ejemplo a seguir.

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