Ayer, gran noche en “La obra en obras”. Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, presentaba así a Andrés Neuman, el obrero de la noche. Os dejamos el texto.

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Elvira Mínguez, Clara Obligado, Juan Casamayor y Andrés Neuman.

(foto de Daniel Mordzinski)

CONTINUIDAD DE LAS ESCRITURAS

No es sencillo para mí leer, reflexionar, escribir y concluir sobre la obra de Andrés Neuman sin tener en cuenta una relación que se extiende durante casi quince años.

Tres lustros en los que hemos sido capaces de disfrutar de una amistad de hermanos. Y no sé quién es el que ejerce de hermano mayor, aunque yo tenga diez años más que él.

También hemos logrado publicar cinco libros que llevan su firma y cinco antologías preparadas bajo su dirección, dos de ellas editadas por él.

Andrés Neuman es al mismo tiempo Andrés Neuman escritor y el “tito” Andrés, amigo y tío in pectore. En Barbarismos, ese diccionario pegado a la piel del escritor, escribe la siguiente entrada para el término ‘editor’:

Editor: Benefactor que parece un enemigo que parece un amigo.

¿Cómo abordar entonces unas líneas básicas sobre su obra con estos antecedentes? ¿Desprenderme del editor y del amigo? ¿Recurrir únicamente al filólogo que soy? He de confesar que la disciplina de la filología estuvo en el punto de partida. Sin embargo, fui apartándome de su territorio.

Quizá, como en muchas otras cosas, a Andrés sólo se le pueda leer y abordar desde lo fronterizo, lo híbrido, lo oceánico que baña muchas orillas al mismo tiempo.

Veamos algunas.

PRIMERA ORILLA: EXTRANJERO DE LA LENGUA

Es una actitud suya: la de morar en el desplazamiento y en lo constitutivo, la de habitar, y cito sus palabras. “la sensación de extranjería de la que se nutre la escritura”.

Andrés no recibió esa carta de naturaleza en su nacimiento en 1977 en Buenos Aires, ni cuando en la adolescencia su voseo convivió con el tú granadino. Su geografía literaria y personal posee continentes y dos residencias. Un océano. Un viaje continuo de dos acentos. Otro tiempo, otro lugar, otro idioma. Ser extranjero. Escuchad:

“En casa, entre las cuatro paredes del microclima familiar, estábamos en Argentina. Pero, en cuanto se abría la puerta, mi hermano y yo salíamos a jugar a España. La frontera entre ambos países era apenas un picaporte.

Ahora escribo con esa misma sensación y cada vez me intriga más quedarme observando debajo del marco, como en los terremotos.”

Un pensamiento, un sentir, necesarios y nostálgicos. En el poema “El jardinero” perteneciente a El Tobogán, con poco más de veinte años, nos revela:

Hoy no existe ni abuelo ni país

ni tampoco ese niño, pero queda

aquel sauce encorvado al que –me digo–

Andrés, hay que cuidar,

estas raíces frágiles

este miedo a la altura de la vida.

Y el tiempo pasa o, como diría, Sophie en El viajero del siglo, “el tiempo pasa por las almas, por eso las almas cambian”. Como escribe Clara Obligado en su cuento “Exilio”, de su libro Las otras vidas:

“No se nace con el estatuto de extranjero, se va adhiriendo a nuestra piel como un abrigo desagradable y compacto”.

Y después de ese viaje no se puede volver a una única residencia. Juan Carlos Méndez Guédez, escritor venezolano que reside en España lo expresa en su cuento “La nieve sobre Madrid”, de su volumen Ideogramas: “Ten paciencia. Yo no quiero volver, yo no sé volver”.

Después de ese viaje se modela el conflicto con la lengua, con la que se habla, con la que se recuerda, de la que se llega a sospechar:

“Hoy ya no soy capaz de pensar en castellano sin sospechar de mi propio léxico, sin someter simultáneamente todo lo que digo a una escucha bifurcada”.

Será esa lengua, que es “problema que solventa”, la que determine parcialmente la escritura viva de Andrés.

SEGUNDA ORILLA: LA ESCRITURA

Los libros de cuentos de Andrés poseen al final un bonus track que propone más que dispone, subjetivo, posterior a la creación. En el margen de la reflexión abierta, del apunte ensayístico que invita, el autor comparte más que imparte.

En su libro El último minuto hay un texto, “Variaciones sobre el cuento”, que se me antoja indispensable en su obra, especialmente si atendemos a su primera redacción: año 2001.

Me interesa aquí destacar una idea sobre la escritura que permanece en su poética: “La mezcla actúa en el propio acto de escritura, está en el origen mismo, en la materia prima de cada texto”.

¿Simple mezcla que nos empuja a la unificación textual? No seamos ingenuos. Andrés, por un lado, nos avisa de que

“hoy no existen los géneros, más allá de un repertorio heredado de nociones formales que, sin duda, pueden sernos útiles como referencias orientativas para llegar a otra parte, a lugares extraños.”

Sin embargo, por otro lado, nos alerta de que esto no significa que la escritura y los textos sean “indistinguibles” y avisa en el “Dodecálogo cuarto: el cuento posmoderno”, incluido en Hacerse el muerto:

Nos hemos puesto tan hiperhibridantes, que pasado mañana haremos una revolución purista.

¿Cuál es su llave entonces, su clave? El procedimiento. La escritura de Andrés no responde a géneros, sino a procedimientos. Los procedimientos de la escritura lo mueven a esos lugares extraños. Aun más, su escritura capacita el juego de esos procedimientos.

El género del cuento es posiblemente el más abierto a esta reflexión creativa. En una entrevista acerca de su narrativa breve explica:

“Esa brevedad me lleva a un terreno fronterizo que a mí, por la clase de escritor que soy, me interesa mucho […] Es decir, hacer un cuento poético de 30 páginas posiblemente sería un fracaso, pero hacer un cuento poético de cuatro páginas se puede intentar […] que en el fondo el cuento sea un ejercicio de síntesis y compresión de todos los ejercicios literarios.

Lo fronterizo otra vez. Como escritor, y como lector, porque los escritores que a él le interesan “tienen actitud poética ante el lenguaje, independientemente de si han publicado textos en verso o no”, confiesa.

Este punto de partida del procedimiento escala por encima de los textos. Los libros de Andrés también proceden en sí mismos. Hacerse el muerto, su última entrega de relatos hasta el momento, se construye desde una mezcla de procedimientos y, por lo tanto, de tantos registros o tonos como los que el autor quiera mostrar. Sobre esta arquitectura plural, exquisita en este libro de cuentos, él mismo explica:

“en los tonos puros hay algo anestesiante, mientras que las tragicomedias […] te sacan de tu sitio y a veces te descolocan. El no saber qué se espera de mi es algo con lo que cada día disfruto más”.

Podríamos hablar de una poética del contrapunto. El contrapunto de la tragedia es la comedia. En este libro a Andrés no le interesa ni una ni la otra: nos sitúa bajo el umbral de ambas.

Hay que leer en clave de contraste, de complementariedad: buscar lo cómico en la tristeza y lo amargo en el humor.

Situar al lector en un espacio y tiempo descolocados o ante una “escritura descolocada, fuera de los límites”, como la que articula también Clara Obligado.

En esta línea me interesa ubicar también Hablar solos. Esta novela aborda en síntesis el duelo como enfermedad de la memoria y el debate entre la culpabilidad y la inocencia de quien cuida al que muere y, por tanto, le sobrevive. Sus páginas parten de una propuesta y un análisis que me interesan aquí. Dice Andrés:

“Hay un contraste premeditado entre las tres voces […] indaga en las tres formas del habla y del pensamiento.

Se construye un delicado y profundo contrapunto coral que se complementa a medida que avanzamos en la narración. Y aparejado a ello, es ineludible su reflexión sobre el habla y lo que comporta. La voz infantil de quien llega al mundo, la voz enferma de quien se va de él, la voz que cuida y enferma al mismo tiempo. Limítrofes las tres; desubicadas las tres por sí mismas. Opuestas y cercanas.

Por ello, Hablar solos es el libro, hasta ahora, que mejor ejecuta una intención de Andrés:

“Más que el propio argumento, antes de escribir un libro procuro pensar su tono, escuchar su posible lenguaje.”

O como él mismo resume: “La voz decide el acontecimiento, más que viceversa”.

No quiero dejar escapar un breve comentario más sobre estos aspectos.

Me refiero a Patio de locos. Su libro de poemas se compone de poemas narrativos que fuerzan los procedimientos creativos: un libro coral, de estructura narrativa y, sin embargo, de incuestionable esencia lírica. Estoy convencido de que en el caso de Andrés, escribir causa procedimientos.

Andrés lo dice del poeta: “Extranjero de su lengua materna”. Pienso que la definición aumenta hasta apuntar a sustantivo común ‘escritor’ o al sustantivo propio “Andrés Neuman”. Y es que, como nos dice divertido y filósofo, para nuestra fortuna:

“Nunca he sido demasiado claro a la hora de trazar fronteras nítidas entre países o entre géneros literarios”.

TERCERA ORILLA: LA REESCRITURA

Esta orilla quizá sea especialmente interesante para alumnos de un taller de escritura. Pasan los años. Voy leyendo los libros de Andrés. Cada vez estoy más seguro de que en títulos como El equilibrista, Barbarismos o Cómo viajar sin ver está un hombre que difícilmente se retrata en el resto de su obra. A mí me interesa mucho el hombre de esas páginas. Concluyendo ese libro escrito al vuelo que es Cómo viajar sin ver cuela con alevosía un aforismo:

“El que entra en un viaje nunca sale de él”

Me apropio de estas palabras y así puedo aventurar que el que entra en la escritura de un libro nunca sale de él. ¿Qué opina Andrés de esta hipótesis?

“Me parece que ningún texto termina nunca. La publicación es un rito convencional que tiene más que ver con necesidades sociológicas o editoriales que con el verdadero convencimiento de que un texto está solemne e irrefutablemente terminado”.

Andrés Neuman y la escritura responden a la afirmación de su partera: “Este chico va a ser hijo del rigor”.

Andrés anota, escribe y después comienza un devenir de reescritura. No se trata de corrección o no sólo se trata de corrección. Andrés somete y someterá de por vida a sus textos a las modificaciones, las supresiones, las inclusiones, las reordenaciones que le imponga la reescritura. Se trata de la continuidad de las escrituras.

Y en esa continuidad Andrés anota y escribe. Veamos.

La nota previa de sus novelas modela un primer acercamiento al tono. Es una nota redactada a partir de unos primeros apuntes. El paso intermedio entre la nota y el texto es muy elaborado y trabajado. Así, la nota es el embrión de la escritura de la novela: es una escritura a modo de corazón, se expande desde la nota para luego contraerse en la corrección. Su corrección siempre disminuye, jibariza el volumen inicial.

Acudamos a Barbarismos:

Corrección: Fase primordial de la escritura, tímidamente precedida por la fase de redacción.

Yo le apunto otra definición robada a él mismo:

Corrección: tachar, ese bendito alivio de la prosa.

Los géneros breves, el cuento y la poesía, poseen distintas aduanas. En el cuento, el primer apunte pasa a ser texto literario sin estado intermedio que modele el tono.

Por supuesto que los cuentos de Andrés poseen su tono. Lo que sucede es que el cuento es pura prosa, siendo un cruce entre poesía y novela. Para Andrés en el cuento hay cierto placer de libertad, sin algunas fronteras. El cuento se basa en un punto de partida radical; lo demás, queda fuera. No se trata, pues, de una dificultad técnica, sino de un trabajo de traslación, entre el primer estadio de la creación y el último de la corrección.

Luego, después, siempre. La reescritura. Esa continuidad de escribirse el texto o de reescribirlo el autor. ¿Qué fue primero el texto o el autor?

Ser el editor de Andrés me ha permitido ser testigo de esa labor exhaustiva. Alguien podría objetar que corregir un texto de hace quince años es adulterar o alterar su esencia. No es el caso. Andrés respeta el tono, el proyecto del libro. Modifica imprecisiones, tacha, tacha mucho.

Es el caso de El que espera, actualmente reeditado, y las acciones que lo han rodeado:

Pulir imprecisiones, respetar desde la ternura y el espanto, reordenar o desordenar el orden, suprimir una docena de textos, incluir siete piezas. Acciones para ese sintagma: continuidad de la escritura.

***

Y acabo.

Extranjero y fronterizo de sí mismo. Estar y ser en varias partes y en ninguna. Hallazgos y procedimientos para una sola escritura. Notas al vuelo y un viaje, más de un viaje. Algunos hospitales, algún hospital. Sexo y algunos kilos de más. Un escritor. Un tío. Un amigo.

No he sabido ser, una vez más, filólogo.

Gracias.

Juan Casamayor

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