Editar con Juan Casamayor ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en la vida. Todo comenzó con el “Por favor, sea breve”, que se convirtió en una antología de microficción con larguísima trayectoria, y siguió con mis tres libros de cuentos. Estoy con él casi desde el comienzo de Páginas de Espuma, una editorial que era entonces mínima, encabezada por dos soñadores, Juan y Encarnación Molina. Andrés Neuman, cuando lo conoció, dijo “si este tipo va a fracasar, yo quiero fracasar con él”. Yo nunca pensé que fracasaría. Cuando nadie en España confiaba en que el cuento podía encontrar un espacio, él lanzó una editorial especializada en el género. Se lo desaconsejaron. Como Juan, yo confiaba en el género. Imaginé, entonces, que le haría falta tiempo y perseverancia para llevar al cuento a donde lo ha llevado. En el camino hemos discutido, hemos salido de copas, hemos conversado hasta el infinito. He visto nacer a Fernando, su hijo, que hoy es casi un hombre. He visto nacer, también, muchos libros magníficos y he conocido a otros autores, que hoy son grandes amigos. Lo he visto sumar escritoras a su catálogo, y también cruzar, una y otra vez, el Atlántico, reforzando la idea de que no hay fronteras para la literatura. Como escritora, no tengo palabras para agradecerle lo que me ha dado: tiempo para escribir y libertad para investigar. Continuidad con mi proyecto. Entusiasmo y confianza. Amistad. Juan Casamayor recibió hoy en México este pequeño Nobel del mundo de la edición, y sólo siento no estar allí para acompañarlo.
(A su izquierda, Daniel Divinsky, otro grande, el editor de Mafalda)

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