Casi todas las semanas viajo a alguna zona del país para dar una charla sobre literatura, un pequeño taller o participar en algún encuentro. Son actividades muy a pie de calle, en algún sentido modestas, pero conmovedoras, creativas, y sirven para apuntalar pequeños proyectos cuya continuidad ha sido difícil lograr y que deben su calado al entusiasmo de trabajadores de la cultura comprometidos con su tarea. Pues la crisis, que no parece tocar a las grandes actuaciones ni a la farándula, está sacudiendo esta zona débil, este cantero donde arraiga la cultura. El sistema es sencillo: un recorte acá, que hace desaparecer un premio literario, otro allá, que deja sin libros a un club de lectura, un estrangulamiento del mínimo oxígeno que tenía un pequeño festival. Me pregunto si tiene sentido vapulear esta zona donde no anida, puede ser, la propaganda política ni el famoseo, pero donde sí arraiga el deseo de leer, de escribir, de reunirse para hablar de literatura. Me pregunto también si tiene sentido ahogar un espacio donde se forjan los vínculos necesarios para que exista un clima cultural. He visto, en estos días, caer múltiples proyectos y sé que con ellos se frustran las esperanzas de muchos. No son espacios visibles, es verdad, y es fácil borrarlos sin que salga en los periódicos, pero con estos recortes nos estamos cortando nuestras propias alas.
