Hoy, con Juan Casamayor y Juan Jacinto Muñoz Rengel, presentamos “Pelo”, de las Microlocas. Fue un acto precioso, que dedicó la mayor parte del tiempo a la lectura de sus textos animada por Isabel Wagemann. Yo hice una presentación breve, como correspondía con la ocasión, que me gustaría compartir con vosotros. Aquí os lo dejo.
Por qué me gustan las microlocas.
Me gustan porque, con su escritura a ocho manos, rompen con el individualismo y ponen en jaque ciertos tópicos polvorientos sobre la creación.
Me gusta cómo se dejan llevar por el juego y aparcan una de las enfermedades de la escritura: la tentación de lo solemne. Amigos, los escritores estamos enfermos de solemnidad. Como decía el poeta, “el hombre es un niño laborioso y estúpido, que ha hecho del juego una laboriosa jornada”.
Me gustan porque son risueñas y entiendan esto, en su cabal importancia.
Me gustan porque son modestas, y esa, creo, es una de las condiciones más importantes para llegar a algo serio en el arte. Tienen la modestia de los oficios, son carpinteras, capaces de lijar el idioma, de tirar a la basura un mueble mal hecho o de aprovechar una astilla para hacer una casa. Me gustan porque son buenas peluqueras, de esas que, después de horas de pie, y con un secador en la mano, rizan el rizo de la estructura de un libro.
Me gusta su sentido de la modernidad, que convierte la creación en un tejido, en un rizo, en un bucle.
En un intercambio que comienza en las redes para plasmarse, por fin, en el papel. Me gusta este camino inverso, o invertido, que va de lo digital a lo analógico. Tal vez sea este el “papel” inesperado de muchos libros que veremos en el futuro.
Me gustan porque hacen de la micro historia (o sea, de un pelo en la leche), el análisis de algo mucho más amplio, y que nos concierne a todos. Es decir: me gusta mucho su incorporación en la macro historia a partir de los pequeños detalles.
Me gusta su “desmelene”, su honestidad, la capacidad para decir lo que se piensa fuera de los marcos de lo establecido. Me gustan porque su humor es una forma de resistencia a la falta de estímulos dominante.
Me gustan porque hacen lo que les da la gana. Porque escriben lo que les da la gana. Y en ello está tanto la libertad del individuo como la de todo creador que merezca el nombre de tal. Me gustan por su resistencia a la autoridad que dice que el autor es un solitario, un iluminado.
Me gusta, cómo no, su voz femenina. Su voz descarada. Su voz sexual. Su voz materna. De hijas. Amantes, esposas, novias, amigas. Su voz de escritoras. Me gusta este golpe de aire fresco entre tanta prosa patriarcal, su manera de decir lo que otros callan, o no ven, o ni siquiera imaginan. Me gusta mucho que sean escandalosas y tiernas a la vez. Me gusta, claro está, que no tengan pelos en la lengua.
Me gustan porque no callan, ni están como ausentes, y no oyen desde lejos, ni otras voces las tocan. No creo que los ojos se les hayan volado, y sospecho que ningún beso les ha cerrado la boca.
Me gustan porque me hacen pensar. Porque me sacuden, porque encuentran, para la creación, caminos que no están trillados.
Me gustan porque investigan y fuerzan los tejidos del idioma, y sus lazadas inauguran otra forma de contar. Me gustan porque son un asalto a la metáfora, y consiguen que, de un grano de arena, surja un continente.
Me gustan porque devuelven la prosa a un territorio del que se había apropiado la lírica. Me gustan porque muestran su resistencia a otros géneros más aceptados por el mercado editorial. No porque no puedan ser novelistas, o lo que ellas quieran, sino porque valorizan el microrrelato.
Me gustan porque son micro, y trabajan el género de una manera magistral, y porque son lo suficientemente locas como para anidar en esa cuerda resbaladiza y sin red que es la escritura. La locura siempre ha sido patrimonio de los artistas, de los que discuten las normas, de los que se atreven a crear. Me gustan así, microlocas.
Me gustan, por fin, porque son ellas y porque las quiero. Pertenecen a mi historia como creo que yo, también, soy parte de este libro que me han dedicado.
Mis queridas Isabel Wagemann, Teresa Serván, Isabel González, Eva Díaz Riobello. Mi enhorabuena por estos cuentos impresionantes. Y espero, por vuestro bien, y por el de todos vuestros lectores, que escribáis muchos libros más.
Clara Obligado
Yo dudo de que nadie vaya a volver a referirse a mí con unas palabras tan bonitas, Clara, me las guardo para siempre.
Teresa, no he dicho nada que no sintiera. Te las mereces y os las merecéis, por el libro, y por muchísimas razones más.