Instrucciones para resucitar a Cortázar
María Sánchez Cabrera

La A es de Alfred Jarry; la B, de Borges; la C, de Charlie Parker; la D, de Duchamp. Vierta esta masa madre en una urna griega y añada un puñado de André Breton. O dos. O tres. Integre la pluma viajera de Verne, el lirismo ripioso de Mallarmé, un chorro de licor de Poe y varias capas de Magritte. Para entonces la mezcla debe oler a romanticismo rancio, a juego infinito, a Gauloises. Deje macerar cincuenta años. Finalmente sature con un divorcio, una barba y una pizca de Castro ─cada vez menos, cada vez un poco menos. Aléjese unos pasos y espere a oír el boom. Solo entonces podrá cosechar la fama, pero no se sorprenda si el resultado es un cronopio.

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